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El paisaje de la dehesa en otoño
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Para Pilar Bacas Leal, por su amor a la naturaleza, por su lucha por la humanización de las ciudades y por su dedicación investigadora para descubrirnos la belleza de Cáceres y su entorno, ahora tan amenazada. También por su indagación en archivos para mostrarnos la interesante vida y obras de algunos hombres y mujeres de su familia, algunas de ellas, biografiadas y otras, noveladas.
José Vidal Lucía, Cronista Oficial de Riolobos
La Dehesa Boyal constituye, sin duda, uno de los paisajes más significativos de la infancia. Sin olvidar otros espacios. No era un lugar al que se accediera con asiduidad, pero sí tenía un carácter de espacio singular. En él pastaban las vacas y las cabras del pueblo. Pero, sobre todo, era el lugar en el que podías observar todo tipo de pájaros y buscar nidos. Los de tórtolas eran especialmente apreciados.
En estos últimos años hemos vuelto a recorrer algunas rutas de la dehesa, ahora con otra mirada, valorando todos los elementos de sus paisajes y diferenciando su aspecto según las estaciones. Hace poco escribía sobre alguna de las impresiones de la dehesa en primavera, tras un breve paseo por la de Riolobos, transitando por el camino del Monte o Camino del convento de la Moheda y por el camino del pozo de la Mina. Rafael, Robustiano y Chema han sido excelentes guías para hacer los itinerarios.
La belleza del paisaje adehesado en los momentos primaverales es sorprendente. Todo un conjunto de elementos vegetales que se desparraman por los espacios alomados. Asombra ver la plenitud de las encinas florecidas, el color de los cantuesos, el amarillo de las aulagas, lo oscuro de las tamujas en la ribera de los regatos, las jaras pringosas con sus flores y olor característico, las retamas o escobas movidas por el viento, ... y los magníficos celajes que ofrecen las oscuras nubes que abundan en esas tardes tan cambiantes. Sin olvidar las aves que la habitan y que le dan una peculiar banda sonora.
La visita de otoño genera otras impresiones. Destaca el gran manto verde de hierba, generado por las lluvias otoñales, que llena todo el espacio, la adustez de las encinas con sus bellotas para la montanera y la claridad de la luz de la mañana con las nubes creando hermosos decorados. Sorprende ver tantas encinas heridas por la «seca» que progresa imparable. Todo el paisaje, en otoño e invierno, es sobrio, sin la riqueza ornamental que luego se mostrará en la primavera.
Este paisaje antropizado de la dehesa con su doble aprovechamiento de suelo (comunal) y vuelo (de los particulares) merece toda nuestra atención por su biodiversidad, su equilibrio ecológico y todo el conjunto de elementos culturales que encierra en su entorno y que son el fruto de la intervención del ser humano para su aprovechamiento a lo largo de los siglos. Nos quedamos hoy sólo en la contemplación, pero en otro momento habrá que profundizar en esos otros aspectos que hemos señalado. Y también en otras zonas diferentes de la que hoy mostramos.
La dehesa en otoño
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En primer término, elementos de la dehesa boyal. Al fondo, fuera del término municipal, los nuevos «molinos» para la producción de energía.
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El regato o arroyo de la Lapa, zona en la que se sitúan algunas de las encinas familiares
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Jóvenes paseantes, entre retamas y encinas, disfrutando de la templada mañana otoñal
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Los efectos de la «seca» en las encinas.
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Cebolla albarrana o ceborrincha. En primavera dará las flores conocidas como gamones o varitas de San José (asphodelus albus) |
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Caballos en la dehesa
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La marca familiar en una de las encinas
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El cauce seco del arroyo del Tamujar, ya en la zona llana.
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Un gran gorrón blanco sobre un humedal, ahora sin agua.
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Uno de los acueductos del Canal Principal de la Margen Izquierda del río Alagón. Salva el cauce que recoge las aguas de los regatos de la zona en dirección al arroyo del Boquerón del Rivero. Al fondo, vista parcial de Galisteo.
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